Cambiando de tercio, hace tiempo que al taller llegaron los laptop, el iPad, el iPhone y los iPod pese a que la sastresa luchó con ahínco por conservar el antiguo radiocassette y las viejas cintas de rock de los setenta. Pese a mi condición de eterno aprendiz, a esto me condena la literatura bloggera, sé que hay que dejar paso al progreso. Pero a nuestra anfitriona le importa un bledo. Aunque nadie nos dijo a qué ritmo debían introducirse los nuevos avances, aquí, tras el biombo chino, esta influencia externa tuvo que ser gradual. Era necesario, por aquello de la adaptación al medio. Identica adaptación está en proceso en nuestras mentes y en relación a nuestro reciente, no tanto ya, cambio de domicilio. Todos sabemos que tras tiempos de alza, llegan los de bajura. Y hay que estar preparados para estos últimos. El taller lleva un año y dos meses instalado en Londres. Llegados hasta aquí, nadie nos va a parar. Sin embargo, el torbellino ha pasado y queda la resaca. Llega el momento de la adaptación, de la digestión de sentimientos, de la reflexión calmada,... ¿Quiénes somos? ¿Qué hacemos aquí? ¿Para qué hemos venido? Y en este nuevo proceso arriesgamos mucho: la ilusión. Si la chispa inicial se apaga, hay que buscar una nueva luz que ilumine nuestras decisiones. Pero hay que cuidarla, alimentarla, mimarla,... Hay que protegerla pues es frágil. Me refiero a que, acabado el vibrante momento del 'todo es nuevo', podemos cometer el error de huir a otro lugar buscando una nueva aventura dejando la primigenia inacabada. No es lo que espera el Universo que te dio la oportunidad de cambiar de escena y crecer, madurar. Sí, la novedad acaba y entonces llega el verdadero reto, el de sobrevivir en un país multicultural, competitivo, difícil,... Londres, la llamada Londinium en tiempos romanos, es una hermosa Torre de Babel que hace un año era asequible y de cuyo tamaño real hoy tomamos conciencia.
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